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Crisis climática, bienestar y ciudadanía

Sobre el blog

Jose Luis Soler Martinez
Empresario. Director General de Imabe do Brasil Ltda. , Fundador de Grupo Oceánica Maroc, Turalter, Srl. , Technoymar Soluciones, S.L. y Ecowater Technologies, S.L. Ecowater Innova/Zequanox en Europa y América Latina
  • Crisis climática, bienestar y ciudadanía

En varias ocasiones he incidido sobre la responsabilidad de los ciudadanos y por delegación, nuestros gobernantes o dirigentes, en la contribución a la crisis del clima y en la falta de respuestas concretas. No es un reproche. Es una constatación.

La sociedad del bienestar que vivimos, de general consenso aceptada, es un concepto político por el que el Estado, se preocupa por el bienestar de todos sus ciudadanos, que no les falte nada, que puedan satisfacer sus necesidades básicas, proveyéndoles de aquello que no tienen. A cambio, debemos a proporcionar al Estado no sólo nuestra aprobación, también recursos mediante el pago de impuestos. ¿Es solo bienestar lo que el Estado debe proveer? Veamos.

Todo cambio de modelo exige necesariamente cambios en los hábitos, estilos y comportamiento. El concepto de estado del bienestar no es tan reciente como algunos podrían pensar. Ya en el siglo XI en China existía un modelo que creía que es responsabilidad del Estado proveer a los ciudadanos de los servicios esenciales. En Europa es en el siglo XIX cuando se empieza a consolidar.

Los humanos hemos sido una especie adaptativa. A lo largo de la existencia de la especie, hemos superado innumerables dificultades que la Naturaleza ha presentado y gracias a las cualidades y habilidades adquiridas en los procesos de supervivencia, somos la especie predominante. Sin embargo, nuestras capacidades físicas intrínsecas, intuición e instinto han disminuido. Por el contrario, las habilidades necesarias para realizar tareas mentales, ha aumentado

Ahora, tendríamos que adaptamos al modelo del bienestar mediante complejos procesos en los que la atención, la percepción, la memoria y la inteligencia son fundamentales para realizar las funciones que el sistema nos exige. Así debería ser.

Pero, ¿cómo prestar atención y almacenar la información necesaria para detectar los estados de riesgo, en un sistema que nos inhibe y aleja de los límites de la supervivencia? Si no percibimos el fenómeno, el peligro, la dificultad o el problema, nuestros sistemas de defensa y alerta se desmontan. Hemos delegado al Estado gran parte de esas funciones , a cambio de vivir bien.

Podemos constatar que las graves crisis generadas por el consumo de drogas, los accidentes de tráfico, epidemias, el maltrato a las personas y animales, el hambre, las sequías y otros graves problemas que nos acucian, es el Estado quien las encaran mediante campañas publicitarias, reglas y normativas, medidas punitivas, etc. 

Pero ahora nos enfrentamos a un problema cuyas dimensiones y consecuencias escapan a la capacidad de comprensión de la mayoría de los ciudadanos. Algunas de las manifestaciones del cambio climático como son las inundaciones, aumento de las temperaturas en periodos inusuales, sequías prolongadas, aumento del nivel del mar, grandes tormentas, deshielo de glaciares, etc., la asociamos a fenómenos atmosféricos inevitables y que solemos comparar con “ los de aquel año...”.

¿Que representa, a día de hoy, para el ciudadano corriente del primer mundo,el cambio climático? ¿Lo percibe como un riesgo, un peligro? ¿Qué sabe de la huella de carbono? ¿Y de la huella hídrica? Seguramente como algo que sucederá dentro de miles de años, un riesgo lejano.

Los otros, los seres humanos que pertenecen al segundo o tercer mundo, no lo entienden como un problema. Conviven desde siempre con sequías, hambrunas, enfermedades y muerte.

Para unos y otros, las capacidades de percepción del riesgo han disminuido. Unos abrigados por la zona de confort y otros por la resignación

Sin embargo, el riesgo está aquí y ahora. Cada segundo, emitimos 764 toneladas de CO2 a la atmósfera. Es decir, 7 toneladas de carbono por persona y año. Para evitar un aumento de 2 grados en la temperatura del planeta, lo que acarrearía un serio peligro para la propia existencia, debemos reducir nuestra huella de carbono a 3.5 toneladas por persona.

Si ojeamos Internet, podremos encontrar un millar de sitios web en los que nos proporcionarán un informe de la huella de carbono de nuestra actividad, y propuestas para mitigar el impacto, cuya efectividad es más que dudosa.

Generalmente, la propuesta consiste en comprar certificados de compensación de proyectos del tercer mundo. Por unos pocos euros, habremos liberado nuestra responsabilidad y a menos que cambiemos nuestro estilo de vida, continuaremos teniendo los mismos hábitos de consumo, que hemos adquirido a lo largo de nuestra vida y las emisiones no solo perdurarán, sino que podrán aumentar.

¿Qué podemos hacer para recuperar los mecanismos de reacción? ¿Cómo podemos contribuir a reducir nuestra huella de carbono?

Sin renunciar a nuestro estilo de vida y sin pedir permiso al Estado, podemos contribuir a reducir la emisión de los GEI. Una buena opción consistiría en manejar, de forma cotidiana, información asequible para conocer que es y que supone la huella hídrica. Al igual que, cuando alguien decide hacer un régimen alimenticio y calcula el número de kilocalorías que debe consumir, también sería conveniente conocer el agua que estamos consumiendo cuando decidimos adquirir alimentos, bienes o servicios.

Los Manuales de HH no solo deberían ser dirigidos a gestores en gobiernos municipales, estudiantes, investigadores y gestores del ámbito privado. La información referida al consumo de agua por producto (HH indirecto) debería ser incluida en las etiquetas y envases de los productos alertando al consumidor sobre la responsabilidad de usar cantidades y frecuencias.

Se hace necesario que el ciudadano conozca sobre la cantidad de agua consumida directa o indirecta, necesaria para conseguir algunos productos. Los resultados son sorprendentes. Algunos productos cotidianos como la carne y los 15.000 litros necesarios para obtener un kilogramo de ternera o los 840 litros por una jarra de café.

Pero no solo es importante conocer el agua necesaria para obtener determinados productos, también el agua per cápita que consumimos. Esta información existe, está disponible y debe ser transferida al consumidor.

Nuestra responsabilidad como ciudadanos, empresarios o divulgadores, es poner en valor un modelo de responsabilidad social y ejercitar una tarea constante y decidida para hacer llegar al máximo número posible de personas la información necesaria para contribuir a que el estado de bienestar sea también una responsabilidad ciudadana.